Yo soy el pan de la vida

NOTAS EXEGÉTICAS


XIX Tiempo Ordinario

Ciclo B – 11/08/24


Elías y su viaje al Horeb


Elías, el profeta del norte de Israel, estuvo en conflicto con el rey Acab y la reina Jezabel debido a su firme posición como el profeta de Yahveh, quien defendía su culto y denunciaba la incursión del culto de Baal. Una proclamación especial de Dios decía que los profetas no iban a predecir la lluvia, y por largo tiempo no hubo lluvia. Este hecho provocó tensiones efectivas entre su vida y la del rey, que efectivamente tratará de darle caza para matarle. Elías huye y acaba en Nemrim, en el desierto de Cisjordania, donde Dios se le manifiesta y le encomienda que se dirija hacia la frontera de Moab. Una vez allí, cambia de dirección para escapar de los perseguidores dirigiéndose al Reino de Judá y hace una escalada montañosa en dirección noroeste adentrándose así en un monte de la región sur del reino.


La historia de Elías está llena de problemas entre los dos actores que se encuentran en conflicto. Acab y Jezabel difunden un culto exclusivo a Baal que no es el Dios de Israel. Acab, vendió su campo a Jezabel, la que era adoradora de Baal, para instalar ahí un templo a este inmundo dios, estructurando, alrededor de él, un ritual mesopotámico de llamas y un grupo de profetas, muy probablemente orando a él mediante orgías. Dios estaba más que aburrido de esa situación.


En ese corazón atormentado de Elías, surgió del propio Dios que lo mejor era levantarse y ungirse con el alimento preparado por el Ángel, con el ánimo de tomarse un descanso y luego seguir su camino.Elías, apenado, temeroso y agobiado con deseos de huir de la situación, de la amenaza de muerte y del ejercicio de un liderazgo muy cuestionado se encuentra con un Dios dispuesto a ofrecerle un inmenso favor que no solamente sanaría su desgastada salud, sino que le invitaría a recorrer toda la vasta distancia hacia el Sinaí, el Monte Horeb.


Análisis del Pasaje Bíblico de San Juan 6, 41-51


Con la lectura del pasaje de Juan 6, 41-51, podemos observar el miedo de los judíos, temor que era manifiesto en su forma enérgica de hablar sobre Jesús y su procedencia terrenal, por lo que expresaban palabras con tonos duros. El miedo les impide ver de forma clara al Hijo de Dios, dándole un significado terrenal al considerarlo como el hijo de José, con referente territorial metido en asuntos ciertamente era un referente terrenal.


Jesús se lamenta comparando al pueblo elegido en tiempos de Moisés, testigo de la teofanía junto al Sinaí, con el presente. El pueblo elegido ha perdido la fe, se resiste, no cree que Jesús sea el enviado de Dios, puesto que sabe el origen familiar de Jesús. Esta resistencia, conforme a los sinópticos, conlleva además solo buscar señales y milagros y escándalo. En esta línea, afirma que, a pesar de haber visto, no creyeron.


El tema centra el Evangelio de este domingo es la continuación del discurso del pan de vida, la pieza oratoria de San Juan evangelista. Cuando dice Jesús que Él es el pan de vida, afirma una verdad teológica fuertemente asentada por el mensaje de Juan. Jesús responde que los israelitas murieron en el desierto comiendo maná que les dio Moisés, pero que no evitó su muerte; en cambio, Él ofrece un pan que otorga la vida a los que de él comen (es decir, Jesús). El pan (dador) soy yo, vive en mí y yo en él. La frase “el que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed” pone de manifiesto una noción que ya aparece en los sinópticos y en los escritos de San Pablo, pero que se incardina especialmente en el simbolismo sacramental propio de Juan.


Pbro. Andrés José Villarroel Rivero

10-08-2024